domingo, 21 de febrero de 2016

Versiones y perversiones XVIII

Hoy va a ser una entrada un poco atípica. He descubierto una canción a la que llevo enganchado toda la semana y me apetecía compartirla aquí. Hay muchas versiones de otros artistas, como Guillermo Dávila:


 Amistades Peligrosas:


O Miguel Bosé:


No conocía ninguna de las tres hasta que me he puesto a investigar un poco. De quedarme con alguna versión, elijo la de Miguel Bosé. Guillermo Dávila me empalaga un poco y la de Amistades Peligrosas me parece bastante enlatada. En cualquier caso, ninguna me ha llegado a entusiasmar ni de lejos como la original de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán que editaron en 1974. Los arreglos de Rafael Trabucchelli le quedan estupendos (se nota que el pop-folk me pierde). Una pena que pasara sin pena ni gloria en su momento:

domingo, 7 de febrero de 2016

Mi extraña relación con la tecnología II

Como comenté en la entrada anterior, me gusta aguantar todos los cacharros que compro hasta la extenuación. Sin embargo, hay veces que éstos ya no dan más de sí y hay que cambiarlos. Cuando ya has comprado el artilugio nuevo, llega el momento de aprender a usarlo, que no tiene por qué funcionar igual que el antiguo.

Normalmente, el periodo de adaptación suele traer acarreado una prolongación de los tiempos de ejecución de tareas y propósitos. Por ejemplo, conseguir cambiar el tipo de sonido de la tele o mirar los menús de programación puede llevar diez minutos cuando con la vieja llevaba uno. Sin embargo, hay un aparato que lleva un aprendizaje con consecuencias mucho más peligrosas y catastróficas: me refiero al recortador de la barba.

Hace unos cuatro años, cuando empecé a dejarme barba, compré uno de esos debido a que no me gustan las longitudes "hipster style". Poco a poco le fui cogiendo la vuelta, hasta que las cuchillas se fueron desafilando y el motor perdiendo fuerza en las partes más pobladas. Eso hacía que ya arrancase los pelos en vez de cortarlos, con el consecuente dolor en mi cara.

Cuando fui a estrenar el nuevo, tocaba ajustar el cortador a la longitud deseada. Como el diseño era distinto, tocó elegir el numero a ojo. El inconveniente es que la graduación de éstos es totalmente distinta de uno a otro, no están estandarizados. Por eso, al dar la primera pasada por la cara, los ojos se me quedaron como platos al ver el trasquilón que me había pegado.

La decisión posterior fue afeitarme la barba y dejarla crecer de nuevo. Y en ello estoy una semana después. Lo curioso es que, cuando te la dejas, la gente parece que no le llama la atención. En cambio, cuando te la quitas es todo un acontecimiento. Suele ser la primera pregunta en cuanto te ven y objeto de bromas y chascarrillos.

De todas formas, como nunca la he llevado muy larga, espero que en quince días esté en mi longitud habitual. Y entonces tocará enfrentarme otra vez al diabólico recortador.

Pseudoalucinación parasitaria de hoy: Whiskey in the jar - The Dubliners.