Hasta bien entrada la treintena, nunca me he sentido una persona físicamente muy agraciada. No soy alto, estaba muy delgado y tenía que cargar con unas gafas con una graduación muy alta. Todo eso creó un conjunto que me convirtió en objeto de las vejaciones de los muchos graciosos de turno que me fui encontrando a lo largo de mi vida hasta, aproximadamente, los 18 años.
Esto de alguna manera fue marcando mi caracter para mal. Por un lado tomé como normal ese comportamiento y, por otro y debido a que estas situaciones se presentaban en muchos lugares no relacionados entre sí, me fui encerrando cada vez más en mi mismo hasta no tener practicamente amigos en el instituto.
Cuando acabé COU (más mal que bien), me marché a Madrid. Me costó menos de tres meses perder contacto con todos mis compañeros de curso. Solo lo conservé con los que hoy siguen siendo mis dos mejores amigos, que ni iban a mi misma clase ni vivían en el mismo pueblo. A unos cuantos me los he vuelto a cruzar, otros preguntan por mí a mis familiares, pero la conversación no pasa de unos saludos y unas breves frases sin mucha sustancia.
En la universidad todo cambió. Por un lado, la forma de relacionarme con la gente era mucho más natural y cordial. Con el tiempo, fui haciendo amigos que, a pesar de la distancia y el tiempo, todavía me esfuerzo en no perder el contacto.
Sin embargo, se me quedó un cierto poso de todo lo vivido anteriormente: yo no estaba hecho para gustar. De alguna manera, ya di por hecho que, a pesar de algún escarceo con alguna chica, existían altas posibilidades de quedarme vistiendo santos el resto de mi vida. Por eso, hasta darme cuenta de lo que realmente me atraía, mi vida sentimental y sexual fue más bien escasa e incluso nula a finales de la veintena.
Todo fue cambiando pasados los treinta. Cogí algo de peso, me dejé barba y algunos días cambio las gafas por las lentillas. Además, el hecho de asumir que me gustaban los chicos hizo que mis esfuerzos en gustar al que tenía enfrente aumentasen considerablemente.
No me considero especialmente guapo, pero he de reconocer que tengo mi público (la barba recortadita y los ojos grandes hacen milagros). Sin embargo, hoy en día todavía me sorprendo de que alguien le guste yo, de despertar la atracción del otro sin conocerme más allá de unas horas.
Por otro lado, he de reconocer que es triste condenar a la gente al ostracismo por la apariencia. Sin embargo, a pesar de que lo intento, el cuerpo no me pide tener nada con alguien si no me gusta físicamente. De alguna manera tengo la sensación que me estoy fallando a mí mismo, pero no sé disimular.
De todas formas, alguna vez he comentado con alguien que cada persona tiene sus gustos y estoy convencido que para cada roto hay un descosido. Es por eso que no creo que haya que dramatizar por no querer nada con alguien. Al final, gente que no te dice nada y que está felizmente emparejada la hay a patadas, y al que a ti no te gusta al de al lado sí. Solo hay que pensar en elegir lo que realmente nos va, no a nuestros amigos o conocidos. Además, para mí, la atracción se compone en un 50% de físico y un 50% de actitud. Y muchos suplen esa falta de belleza con una actitud envidiable.
Pseudoalucinación parasitaria de hoy: Perfect 10 - The Beautiful South.